Por regla general, hay que partir
del pensamiento de aquella época para estar en condiciones de entender el valor
que el escultor barroco atribuye a la luz, a este elemento, tan indispensable
como inefable, para la plasmación del virtuosismo plástico.
Nos remitiremos a la inteligente
síntesis elaborada por Francesco Patrizi, que considera la luz como atmósfera
metafísica global, que genera a su vez los "rayos" que dan vida a la lumen en sentido estricto:
«La luz es imagen de Dios mismo y
de su bondad, que ilustra todo lo supramundano, que se extiende por todas
partes y lo penetra todo. Al penetrar las cosas, las forma y las hace. Lo
vivifica todo, lo contiene todo, lo sostiene todo, reúne y unifica todo.
Envuelve en sí misma todas las cosas que existen, o están iluminadas, o viven,
o se engendran, o se nutren, o crecen, o se completan, o se mueven.
La luz las purifica, las
completa, las renueva, las conserva y hace que no perezcan. No carece de nada,
es rica en todo. Anhelada por todos y deseable para todos. Adorno de los cielos
y de todos los cuerpos, nobleza del mundo, hermosura del mundo, alegría del
mundo, risa del mundo. Nada es tan alegre para la mirada, nada más agradable al
ánimo, nada más fortalecedor para la vida, nada más importante para el
conocimiento, nada más útil para la acción. Sin ella, todas las cosas quedarían
inmersas entre tinieblas, inertes en sí mismas y desconocidas para nosotros».
El escultor barroco conoce el
valor de la cámara de luz, de la luz de fondo y de la luz que se refleja.
En la capilla Raimondi de San Pietro in Montorio se
abren dos ventanas a los lados del grupo escultórico, invisibles para quien
están en el interior de la capilla, que brindan un intenso efecto de luz que
cae sobre el bajorrelieve esculpido por su discípulo Francesco Baratta.
La imagen del santo que sube a los cielos casi da la
sensación de flotar en la auténtica atmósfera del empíreo.
En la capilla Alaleona de Santi Domenico e Sisto la
luz procedente de arriba crea un efecto de contraluz, envolviendo al grupo de
Cristo y la samaritana en la ambigüedad de un teatro viviente.
En los documentos llegados hasta
nosotros se denomina «esplendor» a esta compleja estructura y, en efecto, la
sensación de deslumbramiento se incrementa al pasar desde la verdadera luz que
penetra por el vitral hasta los numerosos rayos dorados (de distinto grosor,
con objeto de aumentar la vibración luminosa) que se refractan en las nubes
curvadas como espejos, para multiplicar la iluminación.
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